Es difícil explicar
lo que siento en estas horas previas a la segunda intervención.
A diferencia de la primera vez, donde a pesar de los nervios
tenía una gran ilusión por pasar página a esta pesadilla, esta vez la sensación
de angustia me invade. Puede ser que esté menos nervioso que la vez anterior,
pero el malestar por saber a lo que me enfrento crea en mí emociones bastante
desagradables.
Siempre me he sentido con una gran fortaleza emocional y con
la valentía suficiente para enfrentarme a cualquier cosa, pero claro, el coraje
no me exime del miedo.
Mi gran reto ahora, es mantener el equilibrio emocional para
estar lo más relajado posible.
Gracias al deporte he desarrollado la habilidad de no
bloquearme ante situaciones de nerviosismo e incertidumbre. La diferencia es
que en el deporte esos nervios los canalizo en energía, pero ahora
transformar esas emociones en estar
calmado es mucho más difícil.
Mañana cuando entre en el quirófano trataré de no pensar en
nada, dejar la mente en blanco y no obsesionarme con el tiempo que vaya a
durar, simplemente no pensar.
Cuando estás tirado
en la cama de un hospital, lo que más hechas de menos son las pequeñas cosas
(que en realidad son las más grandes) como: jugar con mi hija, comer un helado
de vainilla, beber coca-cola, dar un paseo, bañarse en la playa y un montón de
cosas que las hacemos sin pensar, pero que son las que en realidad dan sentido
a nuestras vidas.
Mas allá de todos los sentimientos desagradables que estoy
sintiendo en estos momentos, existe la esperanza de que todo vuelva ser como
antes.