martes, 10 de julio de 2012

Lo más difícil ya ha pasado.


A diferencia de la primera operación, esta vez  no me hizo falta el despertador.
Al primer golpe de vista al despertador, vi las 6:45. Me levanté, me preparé la mochila con el mp3, algo de leer y unas chanclas.
No me sentía nervioso, más bien un poco abatido por tener que pasar otra vez por el mal trago.
Quise llevar el  coche hasta el hospital, me tranquiliza conducir.
A las ocho en punto entré apresuradamente en admisión. Suponía que la espera sería de una media hora, pero se alargó hasta la una de la tarde.
A la una en punto dijeron mi nombre por megafonía y pasé a una sala donde te preparan las vías para entrar al quirófano.
La enfermera, sin darme tiempo a decirle que prefería en el brazo, me puso la vía en la mano (en la mano es mucho más doloroso que en el brazo).
Me sentaron en una silla de ruedas y me llevaron hasta la entrada del quirófano.
Una vez  allí, había otro hombre esperando, cruzamos una mirada de resignación y al instante me metieron para dentro. Antes de entrar nos deseamos suerte.   
Ya tumbado en la mesa del quirófano, les comenté que no quería que me sedaran, prefería estar conciente toda la operación. Oí una voz que decía: – De cada cien siempre sale algún tipo raro que no quiere dormirse- .
Me inyectaron la anestesia local, y empezaron a ponerme 3 catéteres por las venas y otro de 7mm por la arteria femoral.
La anestesia evita el dolor pero las paredes arteriales no se anestesian, por lo que cuando pasa el catéter por la femoral es horrible (solo de pensarlo me mareo).
Una vez con los tubos pasados, ya me relajé un poco. En todo momento  podía ver por un monitor toda la operación. Como me vieron bastante tranquilo me dijeron que si me apetecía oír música, les dije que si.
Está claro que la situación no era agradable, pero la música me ayudó muchísimo a que me relajara.
Mientras miraba por el monitor la operación, escuchaba  buenísimos temas de Rock de AC/DC, Metallica, Dire Straits,... etc.
Me avisaron cuando me iban a hacer la ablación, me preparé para soportar el dolor y después de un par de minutos sintiendo una fuerte punzada en el corazón, me dijeron:    - vale, ya está-.
Me quedé sorprendido por lo poco que habían tardado, allí dentro la percepción del tiempo no la tienes clara, pero se me hizo corto, en realidad habían tardado una hora y media. Hasta ahí todo bien.
Una vez quitados los catéteres, empezaron a  hacer presión en la ingle sobre las venas y la arteria para que pararan de sangrar. A pesar de la anestesia el dolor era muy fuerte.
Después de media hora, la arteria femoral no paraba de sangrar, los enfermeros se turnaban para poder mantener la presión; mientras tanto yo apretaba el hierro de la camilla para soportar el dolor. Cada diez minutos comprobaban si paraba, pero  no paraba de salir sangre.
Por lo visto me habían puesto más heparina (anticoagulante) de la que tocaba para mi peso.
Empecé a asustarme un poco. Me comentaron que al final  pararía, tardase lo que tardase. 
Pasé un dolor horrible por la presión tan fuerte, pero después de 90 min. paró.
Me hicieron una compresión para evitar que volviera a sangrar y me pasaron a una planta, mientras me daban habitación.
Mientras tanto estaba totalmente inmóvil; debes de estar veinticuatro horas sin moverte ni incorporarte, ni tan siquiera para beber, comer ni orinar.
Cuando llegaron los camilleros empezaron a moverme sin demasiado cuidado.
Les comenté que había tenido problemas en el post-operatorio y que fueran con mucho cuidado, pero no me hicieron mucho caso.
Ya en la habitación les comenté a mis familiares todo el tema, que la operación había salido bien pero había habido complicaciones a la hora de cerrar la arteria.
A los pocos minutos empiezo a notar humedad en mi pierna, le digo a mi mujer que mirara que estaba pasando y se da cuenta de que estoy empapando la cama de sangre.
Inmediatamente avisaron a la enfermera. A los pocos segundos, la habitación  se llenó de médicos y enfermeros.
Corriendo me quitaron la compresión, la sangre salía como un grifo. Menos mal que mi familia estaba fuera y no lo vieron. El médico me dijo que me preparara, que iba a sentir el dolor más fuerte que nunca hubiera tenido antes, al instante él  y dos enfermeros dejaron caer su peso sobre mi arteria femoral, el dolor era tan fuerte que casi perdía el conocimiento. Entre tanto sufrimiento pude oír que el médico pidió que me pincharan morfina. Después de inyectarme la morfina notaba calor en el pecho pero el dolor no remitía.
Mientras tanto el compañero de habitación sufrió algún percance, diciendo  que se moría. Aquello parecía un hospital de campaña de la guerra de Vietnam.
No tengo ni idea de lo que estaba pasando, pero entre lo mío y lo de él, en la habitación habrían casi diez personas entre médicos y enfermeros.
Durante todo ese tiempo mi familia estaba fuera sufriendo y viendo el trasiego de médicos y bolsas de sangre, sin saber realmente si eran para mí o para el compañero de habitación.
Los minutos pasaban y cada vez que comprobaban si la femoral había parado de sangrar salía un chorro de sangre. Recuerdo oír a una médico decir: - sácale sangre para el análisis por si hay que ponerle una bolsa y trae más morfina-.
Mientras me inyectaban  morfina por la vía del brazo izquierdo, por el derecho me sacaban sangre,  el sufrimiento era extremo. A pesar de las dos dosis de morfina no perdí el conocimiento y a la media hora más o menos pudieron frenar la hemorragia.
Una vez paró, me hicieron una compresión muy fuerte. Los recuerdos a partir de ese momento los tengo borrosos, la morfina estaba actuando.
El análisis confirmó que no era necesario hacerme una transfusión de sangre. La doctora antes de irse me dijo: -Te va a salir un hematoma impresionante-.
Después de eso, vi a mi familia y a mi amigo Alex en la habitación.  
Las siguientes veinticuatro horas estuve inmóvil con la cabeza mirando al techo sin poder incorporarme. Se que era necesario, pero no deja de ser una tortura en toda regla.
Durante la noche no pude dormir nada por miedo a que me volviera a salir sangre, fue un auténtico suplicio. 
Pasadas veinticuatro horas y no habiendo sangrado, me dieron el alta.
Me costaba moverme pero me encontraba bien dentro de lo que cabe.
El domingo por la tarde a pesar de estar dolorido decidí dar un paseo para que me diera el aire. Me costaba andar, pero el paseo hizo que me sintiera mejor.
Hoy  todo ha cambiado, el dolor en la pierna es insoportable, el hematoma sigue igual pero la pierna la tengo muy inflamada.
Me avisaron de que los daños en la pierna  donde me hicieron la presión iban a ser importantes.
Ahora mismo tengo un gran dolor en la pierna, es más, me cuesta concéntrame para poder escribir.
Es increíble, la primera operación fue horrible (ocho horas y sin éxito), pero en el  post-operatorio no se presentaron dificultades. En cambio esta vez que la operación fue perfecta, el post-operatorio fue un suplicio (uno de los peores momentos de mi vida).
A veces tengo la sensación de que la vida se ha ensañado, poniéndome a prueba, para ver hasta cuanto dolor físico soy capaz de soportar. En serio ¿Qué quiere? ¿Con una vez no había bastante? ¿Por qué no salió todo bien a la primera? Estas preguntas no paran de azotarme la cabeza.
Me siento aliviado, porque la operación ha salido bien e independientemente si vuelvo a correr o no, lo más difícil ya esta pasado.
De momento me han dicho que en una semana podré hacer vida normal, el tema de correr todavía no se ha planteado.
De todas maneras en este momento tengo la pierna totalmente destrozada.
A vosotros solo puedo deciros gracias, gracias y gracias, por todo vuestro apoyo.

miércoles, 4 de julio de 2012

Simplemente no pensar


Es difícil  explicar lo que siento en estas horas previas a la segunda intervención.
A diferencia de la primera vez, donde a pesar de los nervios tenía una gran ilusión por pasar página a esta pesadilla, esta vez la sensación de angustia me invade. Puede ser que esté menos nervioso que la vez anterior, pero el malestar por saber a lo que me enfrento crea en mí emociones bastante desagradables.
Siempre me he sentido con una gran fortaleza emocional y con la valentía suficiente para enfrentarme a cualquier cosa, pero claro, el coraje no me exime del miedo.
Mi gran reto ahora, es mantener el equilibrio emocional para estar lo más relajado posible.
Gracias al deporte he desarrollado la habilidad de no bloquearme ante situaciones de nerviosismo e incertidumbre. La diferencia es que en el deporte esos nervios los canalizo en energía, pero ahora transformar  esas emociones en estar calmado es mucho más difícil.
Mañana cuando entre en el quirófano trataré de no pensar en nada, dejar la mente en blanco y no obsesionarme con el tiempo que vaya a durar, simplemente no pensar.
Cuando estás tirado en la cama de un hospital, lo que más hechas de menos son las pequeñas cosas (que en realidad son las más grandes) como: jugar con mi hija, comer un helado de vainilla, beber coca-cola, dar un paseo, bañarse en la playa y un montón de cosas que las hacemos sin pensar, pero que son las que en realidad dan sentido a nuestras vidas.
Mas allá de todos los sentimientos desagradables que estoy sintiendo en estos momentos, existe la esperanza de que todo vuelva ser como antes.